¡Saludos a todos los padres
que nos acompañan!, en esta ocasión además de enviarles un abrazo, quiero compartirles
una reflexión surgida a partir de un artículo que encontré en la revista “Re-incidente”
y el cual considero toca un tema de manera muy interesante.
Este artículo nos muestra esa transformación que ha sufrido la
imagen del padre, a través del simple uso del lenguaje, mismo que refleja más
una involución, que la cercanía emocional que pensamos la gran
mayoría.
El lugar del padre ha
cambiado mucho, y en gran medida ha dejado de ser esa figura central de antaño.
Hasta hace algún tiempo el padre era sinónimo de fortaleza y firmeza,
y no había quien le quitara su lugar privilegiado dentro de la familia. Tan solo la hora de la comida era el ejemplo claro de esta jerarquía. El padre se sentaba en la parte central de la mesa y por supuesto que era el que sentaba primero, se le servía prontamente y por supuesto la porción más grande y mejor. No era permitido que se le molestara y se estaba atento a todo lo que necesitara, etc.
Pero el tiempo
ha mostrado que esta figura esta bastante debilitada, ya que en la actualidad muchos no padres no les importa conservar una imagen fuerte y quizá hasta cierto punto esto sea bueno, ya que un modelo machista resulta inadecuado para los tiempos actuales; sin embargo hay casos en los que se ha llegado al extremo opuesto, en los que existen hogares donde a los padres no les interesa en lo más mínimo interactuar con la familia, y en consecuencia no se tiene un lugar definido.
No podemos negar que la
parte negativa de este fenómeno es provocado muchas veces por los propios padres, quienes al no
saber y no querer involucrarse, terminan siendo unos extraños en sus propias casas. Muchos se han limitan a simplemente solventar la parte económica y se conforman con esto, al grado de sentirse satisfechos con llevar simplemente el dinero al hogar.
En consecuencia a todos estos cambios, la
forma de dirigirnos hacia ellos no es la excepción, y buscando un acercamiento emocional más bien se ha logrado un desvalorización que se muestra con el simple uso del lenguaje.
Pues bien, para darnos una idea un poco
más precisa sobre este tema, les traigo este artículo de la revista
“Reincidentes” (Año VII, Número 129, 1ª. Quincena de Septiembre de 2016), el
cual aborda de manera interesante esta temática y nos deja con una buena
reflexión.
Así que espero les agrade y les ayude a seguir pensando y analizando todos estos temas que proponemos acá en este espacio que es de todos ustedes. Mención especial y un agradecimiento enorme merece Enrique Condes de la revista “Re-incidente”,
por habernos permitido compartir este escrito con todos nuestros amigos. Mientras
yo los espero en otra entrada más de este espacio, su espacio: “El Rincón de
los padres”
Atte.
Psic.
J. Nicolás Sánchez E.
PADRE,
PAPÁ Y PAPI
Pero cómo han cambiado los
tiempos. Hasta hace cosa de un siglo, los hijos acataban el cuarto mandamiento
(“Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la
tierra que el señor, tu Dios, te va a dar”), como un verdadero dictamen de Dios.
Imperaban normas estrictas de educación: Nadie se sentaba a la mesa antes que
el padre, nadie hablaba sin permiso del padre, nadie se levantaba de la mesa si
el padre no se había levantado antes; por algo era el padre. La madre siempre
fue el eje sentimental de la casa, el padre siempre la autoridad suprema.
Todo empezó a cambiar hace
unas siete décadas, cuando el padre dejó de ser el padre y se convirtió en
papá. El mero sustantivo era ya una derrota. Padre es una palabra sólida,
rocosa, imponente; papá es un apelativo para oso de felpa o para perro faldero;
da demasiada confianza. Además, con el uso de papá el hijo se sintió autorizado
para protestar, cosa que nunca había ocurrido cuando el papá era el padre.
A diferencia del padre, el
papá era tolerante. Permitía al hijo que fumara en su presencia, en vez de
arrancarle los dientes con una trompada, como hacía el padre en circunstancias
parecidas. Los hijos empezaron a llevar amigos a la casa y a organizar bailes y
fiestas, mientras papá y mamá se desvelaban y comentaban en voz baja: “Bueno,
por lo menos tranquiliza saber que están tomándose unos tragos en casa y no en
quién sabe dónde”.
El papá marcó un
acercamiento generacional muy importante, algo que el padre desaconsejaba por
completo. Los hijos empezaron a comer en la sala mirando la tele, mientras papá
y mamá lo hacían solos en la mesa.
Papá seguía siendo la
autoridad de la casa, pero una autoridad bastante maltrecha. Era, en fin, un
tipo querido: lavaba, planchaba, cocinaba y, además, se le podía pedir un
consejo o también dinero prestado.
Y entonces vino ¡papi!
Papi es un invento reciente
de los últimos 20 o 30 años. Descendiente, menguado y raquítico de padre y de
papá, ya ni siquiera se le consulta ni se le pregunta nada. Simplemente se le
notifica. “Papi, me llevo el coche, dame para gasolina”. Incluso, le ordenan
que se vaya al cine con mami mientras los hijos están de fiesta en casa. Lo
tutean y hasta le indican como dirigirse a ellos: ¡Papi, no me vuelvas a llamar
“chiquita” delante de Jonathan!
No se sabe que seguirá
después de papi. Quizá la esclavitud o el destierro definitivo. Como han sido
las cosas, la perspectiva se anticipa aterradora. Después de haber sido alguien
nieto de padre, hijo de papá y papi para sus hijos, seguramente sus nietos le
empezarán a llamar “¡¡¡pa…!!!...
¿¿PA´QUE SIRVES??
Fuente (Revista Re-incidente)
imagen (internet)
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